23 de diciembre de 2009

Tentar al destino


Consuelo tentó al destino dos veces esa mañana, se había vuelto su juego preferido desde que conoció a Lloyd.
Miró con arrogancia al conductor del primer auto y este le profirió un insulto que no pudo entender y al que respondió mirando al frente con profunda calma, un pie, después el otro y así hasta llegar al otro lado de la vereda. El segundo auto.. bueno de este mucho no puede decirse; Consuelo estaba muy distraida mirando una nueva farmacia, ubicada justo en una esquina; todo el lujo entre pequeñas cajas de remedios y bronceadores.
Desde la partida de Lloyd todo había sido difícil, la habitación que compartían tenía la soledad escrita en las paredes y las sonrisas de madrugada eran ahora un vago recuerdo. Ocupaba sus pensamientos en él mientras disfrutaba y renovaba su curiosidad por las situaciones que presentaba la vida.
Lejos quedaron esas pretensiones de buen comportamiento, esa sociedad conformada por los individuos que esquivaba para alcanzar el cambio de luces del semáforo era una jungla de extraños de mirada suplicante por comprensión, "cada uno con su cruz" como escuchó por allí; orgullosos de ser "normales" ante la indiferencia ajena.
Ella también era indiferente al mundo pero estaba contenta con su visión pintorezca y referescante de la realidad que sólo ella tenía.
Era indiferente al mundo, al mundo sin Lloyd. En esos momentos debía estar realizando las mil y un peripecias para encontrar a su amada, sin considerar las que tenía por delante después de encontrarla para lograr que lo perdonara.
Lo imaginaba como un viajero incansable, alojado en una pensión barata, escribiendo una especie de bitácora para dejar constancia de su padecer durante esos infinitos dias; aunque sabía que lo más factible era que estuviera bien trajeado, con aire acondicionado y haciendo alarde en algún café de la ciudad en la que se encontraba. No obstante el desamor que Lloyd le profesaba a Consuelo, entro al primer locutorio que se cruzó delante de su vista, esperanzada, deseando oir un suspiro, un balbuceo, algo.... El tono de un teléfono llamando sin ser atendido fue lo que obtuvo en cinco intentos. Nada diferente a lo que había conseguido cuando vivían juntos, su silencio era algo usual.
No tenía nada mejor que hacer siendo las 10 am de un soleado lunes, más que purgar el mal sabor que le había dejado esa llamada; hace rato que quería unos lindos zapatos y se encontraba con dinero en la billetera, había que gastarlo.
Mientras recorría local tras local, perdida entre la multitud, y se convencia de que su mente y su fisonomía eran poco ordinarias, trataba de hallar la nota sobresaliente del día: contó cuatro personas con el brazo herido y vendado, adivinaba que les podría haber pasado. Entre el gentío un señor canoso cantaba "el elefante trompita" con tono grave y pausado. Era una versión tanguera de lo más simpática; adherida a esta experiencia sonora se unió la del aroma proveniente de una panadería a la que nunca había entrado, durante años había pasado por su puerta y experimentaba la misma sensación cada vez sin haberse determinado a entrar.
Determinación era lo que le faltaba, la determianción que acababa de observarle a un anciano que le dedicaba un piropo a una niña que podría ser su nieta.
Siendo así entonces, seguiría tentando al destino al cruzar la calle, al enamorarse de quien no la amaba, al seguir esperandolo incondicionalmente, al soñarlo, hasta que la determinación colmara su voluntad un buen día.


2 Noches:

Magatsu Kiba dijo...

me encanto!, al ppio el 1er, 2do parrafo no me gusto mucho, pero despues cambio. Me encanta tu forma de narrar, es muy pro y llevadera y agil, balanceada :D

Tadeo dijo...

Yo también cuento a la gente herida con la que me cruzo durante el día y trato de darle una explicación a sus aflicciones. Siempre tratando de que sean historias estrambóticas y donde lo perdido sea por un mundo mejor. Aunque sé que es casi imposible. El modo de relatar me recuerda mucho a la Nausea.
Excelente, te has ganado cuatro estrellas de Adolfo Bioy Caseres.